Publicada en 1972, Resurgir es la segunda novela de la autora canadiense Margaret Atwood. En ella se vislumbra su estilo de escritura y las temáticas que disfruta recorrer; la autora siente predilección por los espacios abandonados a la evolución de los tiempos y la historia.
Desde el comienzo de Resurgir, se produce una cierta inquietud en la vida de la protagonista, cuyo nombre desconocemos, que vuelve a un espacio de la infancia en Canadá para encontrar a su padre desaparecido. El escenario de la novela refleja tensiones con estadounidenses que invaden y el recuerdo lejano de una segunda guerra mundial donde el ser humano había perdido la razón.
El espacio al cual se decide volver es uno de reclusión, perfecto para esconder secretos y dejar rondar libre al verdadero ser, pero también traicionero.
Las tensiones que transitan este ambiente son varias, desde el pasado y el presente, los idiomas francés e inglés, y la constante incomodidad de la protagonista por descubrir el motivo de su búsqueda que la lleva a examinar sus vivencias y su incapacidad de conexión social.
El único vínculo que mantiene es con su amante y una pareja que los acompaña en el viaje, pero nunca deja de haber una distancia explícita que delimita su territorio. Lleva tiempo desconectada de su familia y solo desarrolla una relación consigo misma a medida que la historia avanza. Tampoco hay ningún indicio de sentimientos maternales en el personaje que crea Atwood puesto que la protagonista oculta los cambios que ocurrieron en su vida y deja a su hijo con su exmarido.
Las líneas de sus manos son la primera pista que denota que algo está fuera de lugar, que existe un doble en su vida y nos damos cuenta más adelante de qué naturaleza es ese doble. Los lectores aprenden que, durante su niñez, el qué dirán del pueblo advertía a la protagonista sobre las consecuencias de no ir a misa. Aquellos que no cumplen, se convierten en lobos y responden solo al llamado de lo salvaje.
“Era distinto a jugar en una casa, el espacio donde esconderse era interminable; incluso cuando sabíamos detrás de que árbol se había colocado daba miedo que lo que saliera al llamarle fuera cualquier otra criatura.”
La construcción del personaje parte de esa princesa que ella solía ser de niña, que va sintiendo la desilusión y crece sus colmillos.
La falta de goce que demuestra a través de distintas situaciones de la historia y la pérdida de la capacidad de soñar culmina con una liberación final de todo lo que la ata. Resurge en el país levantado sobre cadáveres de animales y, como los animales, reclama su territorio y retorna a lo rudimentario. Le fascina esa naturaleza que no le exige ni le provee, donde la supervivencia está supeditada a ganar cada día y sentir ese esfuerzo.
El elemento principal que nos atrapa es que la protagonista empieza a desconfiar de su memoria, el único recurso que le queda. Empieza a dudar acerca de la confiabilidad y reparo que le puede ofrecer el bosque e intenta aferrarse a sus últimos sentimientos. Atwood sabe que no hay peor terror que el miedo indefinido, y es éste el que termina socavando la vida del personaje. Lo que comienza como sospecha se va manifestando como evidencia en la materialidad del cuerpo, esperando a ser descifrada. La transformación no se explica, queda en las sombras que brindan los abetos del bosque.
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