Oriundo de Ciudad del Cabo, el autor nos trae los recuerdos de un mundo dividido por el apartheid y el racismo.
John Maxwell Coetzee fue premiado con el Nobel de Literatura en 2003 por su capacidad de analizar a la sociedad sudafricana. En esta autobiografía novelada y publicada en 1997, la narración de Coetzee explora la infancia de un personaje deslumbrado por los logros de los grandes héroes de la historia, que busca destacar entre los suyos en medio de una situación familiar complicada y un escenario de segregación.
Desde sus observaciones iniciales, su preferencia por su madre lo lleva a elegir bandos y a despreciar internamente a su padre y en todo lo que este último se convierte. Sin embargo, su condición de hombre lo colocará en una posición que no admite trueques.
El personaje principal siente una atracción por los cuerpos jóvenes y un distanciamiento con respecto a los viejos, y aprovechará su sed de gloria ambiciosa. Es así como la infancia para este protagonista es una época donde se debe aguantar hasta poder ser libre.
Atrapado entre las identidades de una nación (afrikáner, inglés, católico o protestante) seguimos el desarrollo de su crecimiento y sus pensamientos que intentan develar el funcionamiento del mundo al que pertenece. Esa manera de leer el mundo se hace a través de una mirada de determinismo racial que viene establecida desde las raíces de la sociedad.
“Está el idioma inglés, que él domina con soltura. Está Inglaterra y todo lo que Inglaterra representa, a lo que él cree que es leal. Pero está claro que se exige más que eso antes de ser aceptado como un inglés de verdad: pruebas cara a cara, algunas de las cuales sabe que no pasará.”
Bóers, hotentotes, bosquimanos, cafres y afrikáners. El crisol de razas que forjó Sudáfrica trae consigo las problemáticas de una nación “sin héroes” donde la rabia y el resentimiento crecen día a día mientras “niños de color andrajosos” se pegan a la ventana para ver a los privilegiados.
La narración se mueve entre distintos espacios de Sudáfrica: Stellenbosch, Ciudad del Cabo, Worcester. Llegan a oídos del protagonista los ecos de un Imperio Británico cuyo poder fue alguna vez inamovible en la excolonia que él llama hoy hogar.
Los recuerdos de las transmisiones inglesas en la radio y los partidos de rugby aparecen como tradiciones de un mundo perdido que se niegan a ceder en un país que está formándose. Como telón de fondo hacen presencia las necesidades de ciudades y barrios marginados para aquellos que desean escucharlas.
Al trasladarse su familia a Ciudad del Cabo, el entorno del colegio ya establece otras reglas para el protagonista. No alcanza con haber sido el mejor, se necesitan otras cosas para triunfar y ser aceptado. Es entonces cuando las divisiones comienzan a hacerse más profundas y patentes en la narración, y cuando la verdad sale a la luz sobre quiénes tienen libertades y quiénes ataduras.
“Le alivia no ser afrikáner y no tener que hablar así, como un esclavo fustigado”.
La novela explora la formación de un país, la historia oficial que se decide contar y la que queda excluida. No obstante, esa historia seguirá vigente y será susurrada por fuera del currículum para los que tengan oídos para prestar.
Coetzee plantea brillantemente las controversias sobre a quién se le enseña qué y cuál es el deber de cada integrante de una comunidad. El sentido de pertenencia marca a los personajes en todo el libro. La madre ya no se reconoce, se ha sacrificado por sus hijos y ha dejado atrás la otra vida que llevaba; el protagonista está buscando su lugar en el mundo, entre compañeros, familiares y su propia identidad, pues no entiende bien en qué casilleros debe caer cuando le preguntan. La vida del padre no pertenece a él mismo sino que lo guían las oportunidades económicas y el alcohol.
Entre tantas vicisitudes, Infancia nos provoca e inquieta por las consecuencias de años de explotación y abuso, y el desarrollo de una mentalidad propia que pueda analizar la historia de Sudáfrica lo más imparcialmente posible.
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