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De noche vienes

Desencanto y lucha tiñen la experiencia de leer a Poniatowska con ojos siempre frescos.


“Una mosca tierna, dulce, pesada y borracha. Manuela podría matarla y la mosca ni cuenta se daría. Así son las mujeres enamoradas: como moscas panzonas que se dejan porque están llenas de azúcar”.


 

La escritura de Elena Poniatowska en De noche vienes (1979) exuda una espera por lo no vivido y un futuro que promete un cambio. La mayoría de los cuentos tiene como protagonistas a mujeres que luchan por no caer en la invisibilidad. Lo opuesto a seres de acción, se encuentran frenadas en un tiempo sin ser reconocidas, esperando a que llegue su turno para ejercer cambios sobre los órdenes establecidos.


Sea la mujer que hereda el mobiliario antiguo de su familia adinerada en “El inventario”, sea aquella que espera que sus palabras no caigan en un vacío; la resistencia es característica ineludible en los personajes de Poniatowska. Una resistencia que inyecta con fuerza su narrativa veloz y tensionada entre mundos de clases sociales distintas, como la misma autora las percibió.


Entre Francia y México, la comunicación entre culturas, idiomas y un sentido de lucha social deja vestigios en la obra de Poniatowska. El cambio de los tiempos, como aquel hombre que no quiere dejar de sentir su locomotora en favor de la constante rotación de maquinarias, nos traslada a un viejo mundo donde los ritmos eran más lentos y personalizados.


El desencanto no es solo con los nuevos tiempos, que olvidan el significado del valor de las cosas, también aparece en las relaciones amorosas donde el que una vez fue tigre ante los ojos ensimismados y amantes aparece como gato domesticado ya dispuesto a lamer de la mano sin ofrecer resistencia.


Las mujeres son invisibles muchas veces, pero la autora destaca su cualidad de seres únicos e irreproducibles. Su belleza es tal, que puede llegar a romper con la cordura como en el cuento de “Cine Prado” donde un hombre se enamora de la imagen inmortalizada en la pantalla y construye a partir de allí una historia de admiración y locura. En “El limbo”, las condiciones sociales de de las mujeres se evidencian en las oportunidades que tienen a su disposición; en el secreto del rechazo del propio hijo y el contraste entre aquella que puede elegir qué comer y la que no.


La superficialidad de los rituales de la clase alta en contraste con la ignominiosa pobreza de las mujeres cuyos hijos se les caen de entre las piernas, marca un fuerte tono de denuncia social y búsqueda de justicia. Acusada de fabricar lugares comunes, las injusticias que exclama el personaje de Mónica caen en oídos sordos y el orden establecido sigue como antes, cada cual en su carril.


En “Love story” exploramos la relación entre la criada Lupe y su señora, que busca “civilizar” los modos que maneja la indígena mexicana en su casa. La necesidad casera y de acompañamiento que exhibe la señora de la casa se enfrenta al sentimiento constante de rechazo del otro, con un deseo implícito de continuar con la subordinación de la conquista. Elena Poniatowska presenta la lucha contra el silencio como un tema común en su obra y se pregunta qué piensan esas voces acalladas.

¿Qué pasa con los personajes de la periferia?


Adelantándose a su tiempo, la autora critica en este libro las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Se percibe como inconcebible que, en uno de sus relatos, una enfermera haya engañado a la sociedad para conservar cinco maridos a la vez.


De esta forma, Elena Poniatowska nos abraza con sus palabras cargadas de poder para subvertir los órdenes impuestos según los tiempos y para volver a traer de las orillas a aquellos marginales silenciados que han sido rehenes de un entorno social hostil.

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